Para explicar mi pensamiento tuve que idear una alegoría conocida como el mito de la caverna, en la que comparo a los hombres con prisioneros que nunca han visto la luz del sol y permanecen encadenados en el fondo de la cueva, de espaldas a la única abertura que comunica con el exterior. Los prisioneros tiene a su espalda un muro elevado y solo pueden oír las voces de los hombres que pasan tras el trasportando diversos objetos en la cabeza. Esos objetos, gracias a un fuego que arde a la entrada, proyecta sus sombras sobre la pared del fondo de la cueva y los prisioneros solo pueden ver esas sombras. En este estado permanecen hasta que alguien les libere de las cadenas y les haga ver el engaño. Entonces podrán contemplar los objetos reales (las Ideas) y salir hasta afuera, donde brilla el Sol (idea del Bien).
De forma similar vivimos los hombres. Mientras nos dejamos encadenar por nuestros sentidos, solamente podemos ver las cosas sensibles, que no son sino imágenes o sombras de la verdadera realidad. Pero gracias al ejercicio de la Dialéctica, del dialogo filosófico, somos capaces de liberarnos de las cadenas y de contemplar el mundo verdadero.
Entonces lo que trato de enseñarles es que no se tiene que conformar con lo que captan nuestros sentidos, sino que debemos ir más allá hasta ver que es lo que hay tras las apariencias, hasta descubrir lo suprasensible que es la causa de lo sensible. Los prisioneros que no logran desatarse y siguen pensando que lo real son las sombras no pueden hacer ciencia, solo pueden dar opiniones diversas.
Conocemos las ideas gracias a que nuestra alma, antes de encarnarse en nuestro cuerpo, contemplaba las ideas del mundo suprasensible. Pero al entrar en el cuerpo, el alma olvido los conocimientos innatos que poseía y lo que debe hacer en esta vida es recordar. A esto lo di a conocer con el nombre de reminiscencia.
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